No se hace llamar de ningún modo extraño, se llama Tomás. Tampoco modifica su nombre al gusto anglosajón intercalando una hache y convertirse en Thomas. No tiene veinte años, hace más de medio siglo que dejó de ser un veinteañero. No viste como un rapero, no lleva gorra de los yankees pero, Tomás, es el grafitero más original de todo Madrid.

Sin miedo a las multas gallardonitas y armado con unos lápices de colores, Tomás pinta en los blancos muros provisionales, que tapan las entradas del viejo Palacio de la Música de la Gran Vía que, actualmente se encuentra en obras. ¿Qué es lo que pinta? pues ni más ni menos que bucólicas escenas manchegas, su tierra natal, descritas en El Quijote. Molinos de viento sobre suaves lomas, campos de labor, algún álamo solitario en la llanura...

Esta mañana he tenido el placer de conocer a Tomás, un señor amable, dicharachero y todo un artista, pese a que, como él me ha contado, nunca ha estudiado pintura y no tiene conocimientos técnicos sobre perspectiva. Todo su mérito está en su buen ojo y en su habilidad artística.
Le pregunté si no temía que le pusieran una multa por pintar en la calle, él se encogió de hombros y con expresión de extrañeza me dijo que no, que no estaba haciendo nada malo. Ante ese poderoso argumento no me quedó más remedio que darle toda la razón.

También me dijo que, en alguna ocasión ha intentado pedir permiso a Caja Madrid, actual propietaria del edificio, para poder utilizar los muros de la obra como lienzo y dibujar en ellos varias escenas quijotescas pero, hasta ahora, no ha podido contactar con ellos.

Sus dibujos compiten con otros dibujos realizados por algunos de los que se hacen llamar grafiteros y que no son más que espantosas firmas. Tomás, desafiando las reglas no escritas de los grafiteros, que desconoce y ni falta que le hace, las hace desaparecer con pintura blanca para poder seguir ampliando su lienzo.

Tomás tiene la sabiduría y los años suficientes para ser consciente de que sus dibujos, como todo en esta vida, son efímeros. Llegará el día en el que el restaurado Palacio de la Música abra sus puertas y las escenas de El Quijote acaben en un contenedor de escombros. Hasta que ese día llegue, confío en que pueda terminar su obra y que ningún grafitero se atreva a pintar sobre su mural porque, para eso es el grafitero más veterano de Madrid y pese a ser manchego, es más chulo que un ocho. ¡A ver cuantos de los que se hacen llamar grafiteros tiene la valentía de pintar una pared en plena Gran Vía a la luz del día!

Pese a las prisas, los agobios y el tráfico infernal, merece la pena hacer una pausa para hablar con Tomás y felicitarle por su obra. Un señor encantador de los que te dejan con una sonrisa en la cara y ese tipo de personas que te agrada conocer y estrechar su mano.

-ACTUALIZACIÓN- (6/05/10)

El mural de Tomás ya no existe, ha sido borrado con pintura blanca por parte de los responsables de las obras.