A muy pocos pasos de la Plaza de la Villa, junto a la basílica de San Miguel, se encuentra una calleja que casi pasa desapercibida, que tiene un curioso nombre, el Pasadizo del Panecillo.
Este pasadizo es, como su nombre indica, es un estrecho callejón entre la Basílica de San Miguel y el viejo Palacio Arzobispal. El acceso está cerrado al público por una gran verja y así ha estado desde hace bastantes años.
Este lugar, en un principio se llamó Pasadizo de San Justo, nombre tomado de la Basílica de San Miguel que, anteriormente, era la Iglesia de San Justo. Parece ser que el cambio del nombre de esta calleja ocurrió en el siglo XVIII, por una de las acciones del arzobispo Luis Antonio Jaime de Borbón, que decidió entregar diariamente un panecillo a todos los mendigos que pasasen por allí, así fue como pasó a llamarse popularmente con el nombre actual.
En el Madrid del XVIII los mendigos eran legión, decenas de ellos acudían a diario para recibir un panecillo, esto supuso que día sí y día también, los mendigos provocasen todo tipo de altercados y desagradables trifulcas. Para más inri, el lugar se convirtió en uno de los puntos más peligrosos de Madrid al caer el Sol, sus recovecos y la pésima iluminación nocturna era aprovechada por los delincuentes para robar a todo el que pasaba por allí.
Las peleas, la suciedad y los robos llegaron a un límite insostenible, la única forma de acabar con ello era prohibiendo el acceso, así que se dio orden de cerrar el pasadizo y así sigue desde el año 1829, cerrado por una gran cancela de forja.
Actualmente, las cámaras de seguridad y la iluminación hacen de este rincón un lugar seguro y encantador pero, en alguna que otra ocasión, he podido ver algún mendigo recostado en la reja a la espera de recibir alguna moneda de los fieles que asisten a las misas de la basílica. Mendigos ajenos a la historia de este lugar pero con un nexo común con el pasado, la pobreza.