Un año más miles de madrileños hemos ido a Pradera de San Isidro a beber agua de la fuente milagrosa, besar las reliquias o bien a pasar un día al aire libre o para ponerse hasta las orejas de fritanga y sangría, un día es un día.

A las once de la mañana ya había unas colas impresionantes pero rápidas para coger agua de la fuente que el mismísimo San Isidro hizo brotar y otra cola para entrar en la preciosa ermita que está justo al lado.

Unos chavales hacían de aguadores y llenaban las botellas que la gente traía para llevarse a su casa. Se supone que es un agua milagrosa, cuenta la leyenda que Felipe II se curó de unas fiebres nada más beber de este agua.

No es la primera vez que bebo estas aguas y hasta hoy no puedo decir nada sobre las propiedades curativas, pero esto es lo que me ha pasado hoy al beber de la fuente.

Llega mi turno, me llenan una botellita que traía de agua mineral vacía y que había comprado unas horas antes en una estación de Metro. Primer trago, se me va por otro lado, empiezo a notar esa sensación de ahogo típica de atragantamiento, toso, casi me privo y me voy a una zona ajardinada para evitar que me vean en esa situación tan ridícula y que la gente crea que eso me pasa por beber como un ansias o porque soy el Anticristo, además estaba la tele.

Una vez que se me pasó el ahogo y la vergüenza, salí del recinto como si nada pero con los ojos inyectados en sangre de tanto toser y continué de verbena.

Continuará…