Poco o nada recuerda los orígenes de esta calle que a finales del XIX fue la pequeña Francia.
Fue en 1840 cuando se abrió esta vía en los terrenos del desaparecido Convento de la Victoria. Siguiendo el gusto afrancesado de la época, el techo de este pasaje estaba cubierto por hermosa cristalera y las entradas del pasaje ricamente ornamentadas.
En el pasaje se encontraban elegantes tiendas y cafés, que hacían de este lugar una de las galerías más suntuosas de Europa.
Además de las tiendas, hubo dos cafés abiertos por franceses exiliados en España y los dos con ideología política totalmente opuesta. El Café de París que era el lugar de reunión de los monárquicos y conservadores de la colonia francesa y el Café de Francia, que era frecuentado por republicanos. Su fundador fue un revolucionario llamado Doublé que estaba exiliado en España.
Pese a la rivalidad comercial y política los dos cafés convivían pacíficamente y, además, en ellos se podía comer muy bien y a buen precio.
Estos dos cafés fueron de los primeros en colocar terrazas fuera del local, una costumbre muy mal vista por los madrileños de la época y que gracias a estos cafés se empezó a extender por todo Madrid hasta nuestros días.
Como he dicho antes, actualmente no hay nada que recuerde aquellos años, el pasaje perdió su vidriera, su elegancia y el nombre ya que en un principio se le llamó Pasaje de la Villa de Madrid y hoy se le conoce con el Pasaje de Matheu, nombre del propietario del terreno donde se ubica.
Lo que no ha desaparecido son sus terrazas, nada elegantes pero sí bulliciosas, como lo fueron antaño.