Hay historias que pasan de boca en boca, de generación en generación, la historia que voy a relatar puede que sea cierta, pero cabe la posibilidad de que se trate de una de las primeras leyendas urbanas de Madrid, sinceramente no lo sé. Ignoro la fecha en la que ocurrió pero si tenemos en cuenta que esta historia se la contó mi bisabuela a mi abuela y mi abuela a mi madre y mi madre a mí, podemos pensar que el hecho debió ocurrir a principios o a mediados del siglo XIX.

Cerca de la Puerta del Sol vivía una señora que estaba casada con un señor pudiente que tenía costumbre de regalar periódicamente a su esposa alguna que otra joya, y que ella guardaba celosamente en un pañuelo.
Un buen día la señora salió a la calle, supongo que para comprar o para dar un paseo, y al volver a casa descubrió que sus preciadas alhajas habían desaparecido.
Desesperada movió Roma con Santiago buscando las joyas que no aparecían por ninguna parte, pronto pensó que la habían robado pero ¿quién podía haber robado las joyas? nadie había forzado la puerta de la casa y tampoco tuvo visitas que hubiesen aprovechado un descuido, sólo había un sospechoso, la criada.
La señora denunció el robo a los guardias y la criada fue detenida y acusada de robo, pese a que las joyas no habían aparecido y pese a los ruegos y súplicas de la criada que juraba y perjuraba que ella era inocente, la criada fue hecha presa y posteriormente ajusticiada.

Pasaron los años y las joyas no aparecieron, hasta que un buen día haciendo unas reformas en la buhardilla de la casa encontraron un nido de urracas y entre los materiales de construcción del nido, ramas, pajitas, trapos, se encontraban las joyas de la señora.
La dueña de las joyas, que ya era mayor, quedó tan angustiada que no podía aguantar aquel remordimiento, se sentía culpable de aquella injusticia cometida contra la criada, así que antes de morir, dejó pagadas las misas que durante años se harían por el alma y el descanso eterno de su criada y para redimir su pecado. Ignoro cómo pagó esas misas que se celebraron durante años, posiblemente con aquellas alhajas que tanto apreciaba la señora y las urracas.

Parece ser que las urracas tienen devoción por las cosas que brillan y aquellas urracas fueron las verdaderas ladronas y no la pobre criada que, tal y como juraba, era inocente.

No tengo ninguna foto de urracas, pero esta foto que saqué en un área de servicio en Francia donde alertan de posibles robos es muy descriptiva y además aparece una urraca en plena acción delictiva.