Mariana de Jesús nació en Madrid un 17 de enero de 1565, su padre era un peletero llamado, Luis Navarro, que estaba al servicio de la Casa Real.

Desde su infancia y en la adolescencia, Mariana se caracterizó por ser una persona piadosa y muy reflexiva. Tuvo varios pretendientes, se dice que uno de ellos fue el mismísimo Lope de Vega.
A los 22 años Mariana estaba prometida a un joven pudiente con el que su familia quería emparentar, a Mariana la idea de casarse no le hacía nada de gracia, su única vocación era consagrarse a Dios.

Un buen día, Mariana escuchó el sermón de un fraile y ve la luz, es en ese preciso momento cuando decide romper su compromiso matrimonial con el joven con el que su familia le pretendía casar y decide entregar finalmente su vida a Dios.

Su padre al conocer el deseo de Mariana montó en cólera, no podía tolerar que su hija se olvidase de los intereses familiares y dejase plantado a su prometido para encerrarse en un convento, así que se negó aceptar la decisión de su hija y decidió que se casaría por las buenas o por las malas.

Mariana, desesperada ante la situación familiar, no sabía qué hacer para evitar el compromiso, la única manera que evitarlo era deformarse. Ni corta ni perezosa se rapó la cabeza y se desfiguró la cara cortándose las comisuras de la boca con unas tijeras, esta era la única solución que podría evitar la boda.
Así fue, el compromiso matrimonial quedó roto pero, su padre, enfurecido se vengó de ella y la encerró en casa. Durante once años Mariana vivió relegada a las cocinas, durmiendo en un desván lleno de chinches, hasta que un buen día, gracias a la compasión de una mujer amiga de la familia, se puso fin a su cautiverio.

En 1598 Mariana se aloja en una casucha contigua a la ermita de Santa Bárbara, allí llevaba una vida casi de penitente, ayunaba e incluso se mortificaba ciñéndose una corona de espinas en el pecho para sufrir tormento.
Unos años después, su sueño se haría realidad y en 1606 viste el hábito mercedario, aquel año Mariana sufre alucinaciones y éxtasis que le producen una extraña mezcla de sufrimiento y placer. Posiblemente, hoy estas manifestaciones tienen un nombre en psiquiatría, pero sigamos con la historia.

Según Mariana, en uno de sus éxtasis, el mismísimo Jesucristo le colocó una corona de espinas. Al cumplir los 33 años, en otro estado de éxtasis, Jesucristo le invitó a probar el martirio de la cruz, ella aceptó con gusto y pudo sentir los dolores de la crucifixión. Cuando ocurrió esto, Mariana estaba tendida en la cama, sus compañeras vieron como su cuerpo adoptaba la forma de un crucificado, sus miembros se pusieron rígidos y no perdieron la rigidez hasta que salió del éxtasis.
Pero aquí no acaba la cosa, a los éxtasis hay que añadir que frecuentemente tenía visiones, cuenta que habló con la Virgen e incluso jugó con el Niño Jesús, de San José no se dice nada, el pobre José siempre acaba marginado por todos.

Hoy, una persona con este curriculum estaría encerrada en un psiquiátrico pero en aquella época todo era diferente, la gente veía en aquella extraña mujer a una santa, incluso muchos dijeron que Mariana hacía milagros.

El 17 de abril de 1624 Mariana falleció, fue todo un shock para miles de madrileños, muchos de ellos pobres a los que ella ayudó. Su cadáver, como era costumbre hasta hace bien poco, fue expuesto al público durante un par de días, muchos acudían a besar sus manos y sus pies, incluso hubo quien quiso arrancarle un dedo para conservarlo como reliquia.
Después de ser expuesta al público, el cadáver de Mariana volvió a la celda del convento en que había vivido durante muchos años y allí, según las crónicas, se produjo un hecho misterioso, su cara despedía una tenue luz y su cuerpo exhalaba un agradable aroma.

Tres años después, el 31 de agosto de 1627, ante las demandas regias y populares para elevar a los altares a Mariana, se exhumó el cadáver para hacer una inspección. Para el asombro de los doctores de la Casa Real, encargados de hacer la vista, el cuerpo de Mariana estaba incorrupto, flexible e incluso conservaba un agradable aroma.

107 años después, 5 de abril de 1731 se volvió hacer un reconocimiento al cadáver, al abrir el ataúd se volvió a percibir nuevamente el agradable aroma y el cadáver todavía se mantenía fresco, la carne tierna, los miembros flexibles y el corazón intacto.
Durante todo este tiempo, muchos fueron los milagros atribuidos a Mariana, los supuestos milagros, la presión popular y su cuerpo incorrupto hicieron que el Papa Pío VI le concediese el título de beata el 18 de enero de 1783.

En 1924, con motivo de la conmemoración de los 300 años de su muerte se examinó una vez más su cuerpo que, curiosamente, seguía incorrupto, flexible y oloroso. La última vez que se volvió a examinar el cuerpo fue en 1964, encontrándose en el mismo estado que en las ocasiones anteriores.

El cuerpo incorrupto de Mariana se conserva milagrosamente en el Convento de Don Juan de Alarcón, muy cerca de la Gran Vía, digo que se conserva milagrosamente porque en los años treinta del siglo pasado, una turba de milicianos fueron al convento para saquearlo, la casualidad o el milagro hizo que una impresionante tormenta se desatase en Madrid, gracias a la cual, algunos vecinos, pudieron ocultar el cuerpo de Mariana en una carbonería y salvarlo de la destrucción, algo muy habitual en el Madrid de los años treinta en el que anticlericalismo fanático acabó con una incalculable cantidad de valiosísimas obras de arte y la profanación de tumbas e iglesias estaba a la orden del día.

Hoy el proceso de canonización está en curso, mientras, su cuerpo descansa en el altar mayor del convento y se expone al público todos 17 de abril, aniversario de su muerte.