Uno de los personajes más ilustres del Madrid de finales del XIX era Paco, un perro negro, sin raza definida, vagabundo y bohemio. El Perro Paco, como era conocido en todo Madrid, era un visitante asiduo a los míticos cafés de Madrid, iba al teatro y era un gran aficionado a los toros.
La popularidad del Perro Paco empezó una noche del 4 de octubre de 1879, aquella noche el can se metió en el Café Fornos, un famoso café que había en la calle Alcalá, esquina Peligros, justo el mismo local que hoy ocupa un Starbucks. En el café se encontraba cenando el marqués de Bogaraya que, al ver al chucho tuvo la ocurrencia de invitarle a cenar. Le pusieron un plato y el chucho dio buena cuenta de la comida. Al terminar la cena, el marqués pidió una botella de champan y bautizó al perro derramando unas gotas de champán en la cabeza con el nombre del santo del día, que no era otro que San Francisco de Asís, un nombre que le venía que ni pintado, así que desde ese día aquel chucho sería conocido como el Perro Paco.
Otros personajes quisieron imitar al marqués, tanto es así que, a medida que aumentaba la popularidad de Paco también aumentaban los lugares en los que Paco tenía las puertas abiertas, iba de bar en bar, de café en café, asistía a misa, a las funciones de teatro y a los toros. Lo que nunca consintió Paco es abandonar su vida callejera, muchos intentaron llevarse a Paco a su casa pero el can que era un verdadero bohemio se negaba a entrar a ninguna casa.
Paco, además de bohemio, era un perro muy inteligente que supo aprovechar su popularidad, era agradecido, simpático y, además, su vida bohemia le convertía en casi un héroe, un verdadero símbolo de libertad.
Paco tampoco se perdía ni una corrida de toros, además, cuando terminaba la faena, saltaba al ruedo y deleitaba al público con sus carreras y sus gracias. Pero fue en el ruedo donde Paco, como si de una de las grandes figuras del toreo se tratara encontró la muerte y no por un astado.
Una tarde de mayo de 1882, Paco se encontraba en la plaza de toros, allí toreaba un novillero nefasto, la gente le abucheaba y Paco, que tampoco parecía muy contento con la faena, saltó al ruedo, acosó al novillero dándole mordisquillos y se puso a correr, muy indignado, de un lado a otro de la plaza. El novillero enfadado por su mala faena se fue hacia Paco y allí, en la arena ante la presencia de medio Madrid le traspasó de una estocada.
Paco, herido de muerte, cayó a la arena, la plaza enmudeció por unos segundos, hasta que la gente indignada se lanzó al ruedo para vengar la muerte de Paco. Tuvieron que intervenir los guardias para que el novillero no fuese víctima de la ira del público que, atónitos veían como Paco se retorcía de dolor, herido de muerte en la plaza.
Sacaron a Paco de la plaza todavía con vida pero no pudieron hacer nada por él, pocas horas después el Perro Paco, ese chucho bohemio y libre que se había ganado el cariño de los madrileños moría en la arena, como una más de las leyendas del toreo.
La muerte de Paco causó conmoción en todo Madrid, en los cafés, en los teatros y hasta en la Casa Real lloraron su muerte. Se declaró un día de luto y se le dio cristiana sepultura en el Parque del Retiro.
La popularidad del Perro Paco empezó una noche del 4 de octubre de 1879, aquella noche el can se metió en el Café Fornos, un famoso café que había en la calle Alcalá, esquina Peligros, justo el mismo local que hoy ocupa un Starbucks. En el café se encontraba cenando el marqués de Bogaraya que, al ver al chucho tuvo la ocurrencia de invitarle a cenar. Le pusieron un plato y el chucho dio buena cuenta de la comida. Al terminar la cena, el marqués pidió una botella de champan y bautizó al perro derramando unas gotas de champán en la cabeza con el nombre del santo del día, que no era otro que San Francisco de Asís, un nombre que le venía que ni pintado, así que desde ese día aquel chucho sería conocido como el Perro Paco.
Otros personajes quisieron imitar al marqués, tanto es así que, a medida que aumentaba la popularidad de Paco también aumentaban los lugares en los que Paco tenía las puertas abiertas, iba de bar en bar, de café en café, asistía a misa, a las funciones de teatro y a los toros. Lo que nunca consintió Paco es abandonar su vida callejera, muchos intentaron llevarse a Paco a su casa pero el can que era un verdadero bohemio se negaba a entrar a ninguna casa.
Paco, además de bohemio, era un perro muy inteligente que supo aprovechar su popularidad, era agradecido, simpático y, además, su vida bohemia le convertía en casi un héroe, un verdadero símbolo de libertad.
Paco tampoco se perdía ni una corrida de toros, además, cuando terminaba la faena, saltaba al ruedo y deleitaba al público con sus carreras y sus gracias. Pero fue en el ruedo donde Paco, como si de una de las grandes figuras del toreo se tratara encontró la muerte y no por un astado.
Una tarde de mayo de 1882, Paco se encontraba en la plaza de toros, allí toreaba un novillero nefasto, la gente le abucheaba y Paco, que tampoco parecía muy contento con la faena, saltó al ruedo, acosó al novillero dándole mordisquillos y se puso a correr, muy indignado, de un lado a otro de la plaza. El novillero enfadado por su mala faena se fue hacia Paco y allí, en la arena ante la presencia de medio Madrid le traspasó de una estocada.
Paco, herido de muerte, cayó a la arena, la plaza enmudeció por unos segundos, hasta que la gente indignada se lanzó al ruedo para vengar la muerte de Paco. Tuvieron que intervenir los guardias para que el novillero no fuese víctima de la ira del público que, atónitos veían como Paco se retorcía de dolor, herido de muerte en la plaza.
Sacaron a Paco de la plaza todavía con vida pero no pudieron hacer nada por él, pocas horas después el Perro Paco, ese chucho bohemio y libre que se había ganado el cariño de los madrileños moría en la arena, como una más de las leyendas del toreo.
La muerte de Paco causó conmoción en todo Madrid, en los cafés, en los teatros y hasta en la Casa Real lloraron su muerte. Se declaró un día de luto y se le dio cristiana sepultura en el Parque del Retiro.