Entre la Gran Vía y la calle Adaba, se encuentra la calle de Chinchilla. Este nombre no viene dado por la existencia de estos animales tan utilizados en peletería, su nombre se lo debemos a un señor llamado Francisco Chinchilla que era el terror de los canes de Madrid debido a sus “malas pulgas” que en España, tener malas pulgas significa tener muy mal genio.

Francisco Chinchilla vivía a finales del siglo XVIII en una casa de la calle que lleva su nombre, ostentaba el cargo de “alcalde de casa y rastro”, un cargo que estaba destinado para jueces de la administración de justicia.

Chinchilla era un magistrado muy duro, tanto que se ganó el odio de muchos madrileños de la época. Fue autor de varias ordenanzas, algunas bastante crueles, como la que obligaba a los alguaciles que viesen a perros vagabundear acabasen con ellos a pedradas. De esta brutal ordenanza surgió el dicho popular “le conocen hasta los perros”. Se decía también que cuando Chinchilla pasaba cerca de un perro, inmediatamente salía corriendo aullando como los lobos, obviamente es una exageración popular.

Pese a ser un hombre muy severo y bruto, tuvo algunos aciertos, como la creación de una ordenanza en la que se prohibía la infecta costumbre de abandonar animales muertos en la vía pública.
Esta prohibición no fue muy bien recibida por algunas personas. Hoy como ayer, cada vez que se saca una nueva ordenanza municipal, solemos discutirla, con o sin razón y siempre hay quien la incumple por gusto o por protesta.
Chinchilla no se libró de esta costumbre tan nuestra de incumplir las normativas, nada más dictar la ordenanza en la que se prohibía abandonar animales muertos en la calle, en la propia puerta de su casa aparecieron todo tipo de animales muertos.

Un buen día Chinchilla caminaba por la calle y vio a dos ancianas desplumando a unas aves a pocos pasos de su casa, al ver esa escena, entró en cólera y les preguntó de dónde habían sacado esas aves. Una de las ancianas le dijo que eran pobres y que las habían cogido para comer de “su basurero” igual que una lechuza muerta que encontraron el día anterior, Chinchilla, posiblemente con los ojos desorbitados preguntó ¿cuál es mi basurero? y la anciana respondió “la calle de su señoría”.

Los gritos de Chinchilla debieron escucharse por todo Madrid, después de un gran escándalo, unos alguaciles se llevaron a las dos ancianas derechitas a prisión. Al día siguiente, en la misma puerta de la casa de Chinchilla, apareció una lechuza muerta clavada con un cuchillo, seguramente en venganza por lo ocurrido en día anterior.

El pobre Chinchilla fue uno de los personajes más odiados de Madrid, tanto que, incluso después de muerto, corría por Madrid una leyenda que hablaba de extraños sucesos en el convento en el que fue enterrado, se decía que los frailes tuvieron que despojarle de su mortaja, un sayal franciscano, porque Dios le había condenado a penar en el Infierno.