El monasterio de El Paular es una verdadera joya, ubicada en una zona de las más bonitas de la sierra madrileña y a muy pocos kilómetros de la ciudad de Madrid.
Este monasterio fue levantado en 1390 por Juan I de de Castilla. En sus orígenes fue habitado por monjes cartujos, actualmente está habitado por una comunidad de monjes benedictinos.
El Paular además de monasterio es una hospedería y un lugar de visita obligada de la serranía madrileña. Dentro de sus muros podemos disfrutar de su belleza, de su paz y tranquilidad, pero tras esos muros de piedra, también se guardan curiosas leyendas.

Una de ellas ocurrió en el siglo XV. Se cuenta que una gélida mañana de invierno, el monje encargado de la portería del monasterio, al abrir la puerta se encontró con un mendigo. El monje pensó que era uno de los muchos mendigos que acudían en busca de comida caliente y que en su espera se había quedado dormido. Al ponerle la mano encima descubrió con verdadero horror que el mendigo estaba muerto.

Sin perder un minuto, fue a ver al padre prior para contarle lo ocurrido. Estuvieron un rato deliberando, no sabían qué hacer con el cadáver ya que la orden no permitía que ninguna persona ajena a la congregación fuese enterrada en el cementerio de la comunidad.
Finalmente, decidieron darle cristiana sepultura y fue enterrado en el claustro, junto a otros miembros fallecidos de la comunidad.

Unas horas después del enterramiento, a las diez de la noche, las campanas del monasterio comenzaron a sonar. Los monjes acudieron a la iglesia para rezar, algunos extrañados por no ser la hora en que tocaba ser llamados a oración. Hubo un pequeño alboroto y finalmente llegaron a la conclusión de que alguien se había equivocado, les habían llamado a oración una hora antes de lo habitual.

Durante varios días ocurrió la misma historia, las campanas del convento llamaban a oración una hora antes sin que nadie supiese quién era el que provocaba aquel suceso. El prior ya estaba harto de esta situación y ordenó a varios monjes que vigilasen por la noche para descubrir quién era el responsable de aquel alboroto.

Un poco antes de las diez de la noche, dos monjes estaban escondidos, vigilando, dispuestos a pillar con las manos en la masa al que tocase las campanas antes de tiempo. Al dar las diez en punto, las campanas volvieron a sonar. Los dos monjes que vigilaban se quedaron horrorizados al ver como una especie de perro negro y gigantesco, que parecía desprender una extraña luz de su cuerpo, después de tocar las campanas, salía corriendo a toda velocidad y se metía en la tumba del mendigo que, días antes encontraron muerto a las puertas del monasterio.

Aquella visión heló la sangre a los monjes, casi sin habla, contaron al prior que una bestia con aspecto de perro flamígero era el autor de los hechos que tanto perturbaban a los monjes.
El prior llegó a la conclusión de que se trataba del espíritu del mendigo que enterraron en el campo santo, sin duda debía ser su espíritu, que no se había arrepentido de sus pecados.
Decidieron sacar el cadáver de su tumba y arrojarlo a una alberca que había junto a unas huertas. Cuando el cuerpo del difunto cayó al agua, un horrible aullido resonó por todo el monasterio, los monjes al escuchar aquel berrido quedaron helados.

Unas horas más tarde, los monjes volvieron a su rutina habitual, no era fácil olvidar aquel terrible aullido pero el estudio y la oración les mantuvieron tranquilos hasta que anocheció.
A las diez de la noche, unos espeluznantes aullidos retumbaban por todo el monasterio. Parecían venir de la alberca donde habían arrojado el cadáver del mendigo. Aquellos gritos, ladridos y aullidos infernales aterrorizaron a todos los monjes que, desesperadamente, intentaban no escuchar tapándose los oídos y rezando en voz alta.

Durante varias noches seguidas se repitió este suceso hasta que un día, en todos los monasterios de la orden de los cartujos, se oficiaron misas por el descanso eterno de aquel mendigo. Después de aquella misa, el monasterio de El Paular volvió a la tranquilidad.

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