Hoy ya casi nadie habla de la Noche de Difuntos, ahora lo llamamos noche de Halloween. Personalmente me gusta más el término de toda la vida, es más rotundo y siniestro pero, así es la globalización...
También tengo la edad suficiente como para recordar cómo era esta noche, antes de que la gente se vistiese de monstruo, colocasen calabazas terroríficas en las ventanas de las casas y antes de que los niños fuesen de puerta en puerta pidiendo caramelos. Sí, hubo un tiempo, no hace muchos años, que todo eso no existía, un tiempo en el que la fiesta del Día de Difuntos no era tan divertida como lo es ahora pero sí más recogida y tradicional.

Una cosa que no ha cambiado, es la tradición de contar alguna historia terrorífica sobre aparecidos, almas en pena que deambulan entre los vivos clamando justicia o intentando comunicarse con nosotros. Así que, siguiendo la tradición, contaré una historia que me contó mi abuela, una madrileña de pura cepa, hace muchos, muchos años y que, sospecho que debe tener alguna base real porque no hace mucho, no recuerdo dónde, pude leer esta misma historia en un libro de temas madrileños.

La historia se desarrolla en el Madrid de finales del XIX, en un lujoso hotel durante un baile de Carnaval. Allí se encontraba un joven diplomático extranjero recién llegado a Madrid. Quiso la casualidad que el joven se topase con una imponente mujer vestida de negro que cubría sus ojos con un antifaz.
Durante toda la noche bailaron el joven diplomático y la enigmática mujer. El joven nunca había conocido una mujer igual, se sentía totalmente dominado por aquella fascinante mujer, parca en palabras y que decía ser condesa.

En un momento determinado de la noche la mujer despareció, el joven anduvo buscándola por todos los rincones pero ella no estaba, nadie la vio salir y nadie parecía conocerla. Al día siguiente, el diplomático no podía quitarse a esa mujer de la cabeza, sólo pensaba en ella, en su mirada, en su elegante forma de andar... Al joven le quedaban pocos días para abandonar Madrid y debía hacer todo lo posible para dar con ella.

Al día siguiente, a última hora de la tarde, el diplomático caminaba por la calle Alcalá, estaba totalmente abatido y desmoralizado después de pasarse todo el día buscando a la mujer de negro. A la altura de la iglesia de San José, divisó a un grupo de gente que se amontonaban a la puerta de la iglesia. Por pura curiosidad, el diplomático se fue a la iglesia para ver qué es lo que ocurría y, abriéndose paso entre la multitud, pudo ver que lo que pasaba era la celebración de una misa de difuntos. Al ver el ataúd descubierto, no pudo resistir la tentación de mirar, fue en ese momento cuando sintió una sacudida en el cuerpo que le heló la sangre, allí, dentro de aquella caja cubierta de terciopelo negro, se encontraba una mujer que, incluso muerta, era bellísima.

Casi sin poder hablar por el nudo que tenía en la garganta, preguntó a una de las personas que velaban el cadáver, quién era aquella mujer, le dijeron que era la condesa de... y que había muerto repentinamente el día anterior. El diplomático no daba crédito a lo que sucedía, dijo que aquello era imposible, que había bailado con ella la noche anterior. Todos los que se encontraban allí le miraron como si estuviese loco, le dijeron que eso no pudo ocurrir ya que la mujer murió horas antes del anochecer del día anterior.

El joven diplomático salió de la iglesia gritando como un loco y nunca más se supo de él, posiblemente nunca más volvió a Madrid, como tampoco volvió a ver a la mujer de negro... ¡quién sabe!