En el siglo XVIII, Madrid se convirtió en uno de los centros operísticos más importantes de Europa, el responsable de ello no fue otro que el mismísimo Farinelli.
Carlo Broschi, conocido por todos como Farinelli, “il castrato” o “el capón” como se denominaba en España a los castrados, nació en Nápoles en 1705. Cuando era un niño fue castrado para que no perdiese su tono de voz en la edad adulta. Esta práctica aberrante empezó a desaparecer de Europa a finales del XVIII y el Papado lo prohibió definitivamente al inicio del siglo XX. El último castrado que se dedicó a la ópera se llamaba Alessandro Moreschi, que murió en 1922 olvidado por todos.
Farinelli debió ser uno de los mejores cantantes de la historia, prueba de ello es que vivió en una época en la que no exisitían los medios tecnológicos con los que contamos ahora y todavía se le recuerda, de generación en generación y siglo tras siglo.
Su vida fue muy agitada, algo normal en una súper estrella. En su edad adulta, después de un largo periplo por varias cortes europeas, Farinelli vino a España en 1737 para pasar unos meses. El motivo de su llegada fue el reclamo por parte de Isabel de Farnesio que, angustiada por el estado de salud de su esposo, el rey Felipe V, pensaba que sólo la voz de Farinelli le libraría del sufrimiento que padecía. Según ella, él padecía graves ataques de melancolía que, en realidad no era otra cosa que locura.
Con el tiempo, Farinelli se hizo con una pequeña fortuna y sus influencias en la corte madrileña fueron muy importantes, pese a que supo mantenerlo con cautela y discreción. Su relación con la Casa Real fue tan estrecha que fue nombrado “Criado Familiar de Su Majestad”, esto le permitía moverse por palacio como Pedro por su casa, como vulgarmente se dice.
Con la llegada al trono de Fernando VI, un personaje tan chalado como su padre, se le otorgó rango de Caballero y se le condecoró con la Orden de Calatrava.
La actividad cultural de Farinelli en Madrid fue tan importante que lo que en un principio iban a ser unos meses de estancia en la corte se convirtieron en casi 25 años. Sus escenarios fueron de lo más selecto y exclusivo del Madrid de la época; el Teatro de los Caños del Peral y el Coliseo del Buen Retiro, en éste último no sólo cantaba, además dirigía las compañías, el repertorio y la escenografía también dependían de él.
Farinelli siempre iba donde estaban los reyes, en verano, cuando se trasladaban al Real Sitio de Aranjuez, les acompañaba y les deleitaba con su arte. Precisamente allí escenificó uno de sus más singulares montajes. La Escuadra del Tajo, que no era otra cosa que unas falúas, pequeñas embarcaciones que surcaban el Tajo, decoradas al gusto de la época, los reyes navegaban y junto a ellos, Farinelli y su orquesta cantaba y tocaban sólo para la real pareja, incluso la propia reina se animaba a cantar con él, para el asombro de los cortesanos.
Los días felices de Farinelli en Madrid terminaron en 1759 con la llegada de Carlos III. El rey le expulsó de España nada más llegar al trono. Desterrado y con muchos de sus mejores recuerdos en Madrid, se retiró a su mansión de Bolonia hasta su muerte en 1782.
Por raro que parezca, no hay ni una sola calle en Madrid con el nombre de Carlo Broschi, sólo una pequeña en Aranjuez.
Enlace relacionado:
Farinelli cumple tres siglos
Fuentes:
Fiesta, poder y arquitectura: aproximaciones al barroco español. Ediciones Akal
Historia y Sociabilidad. Editium
La plaga de los Borbones. Visión Libros
Imagen: Il cantante Farinelli con amici