Estaba paseando por la Plaza Mayor, con un calor de mil demonios, rodeado de turistas y una legión de artistas callejeros, la mayoría de ellos con más de callejero que de artista, cuando me encuentro con una tumba sin nombre que bien podría haber sido diseñada por Paco Clavel. Dentro de ella, un tipo extraño haciéndose el muerto y sin mover un dedo.
¡Otro más! me dije, pero justo cuando pasaba a su lado, salió tranquilamente de la tumba, agarró una guitarra, muy colorida y se puso a tocar.
No era como los demás, tampoco la música que tocaba era la habitual en estos casos, eran unas preciosas melodías italianas del XVIII. No sé si por el calor o por el efecto de la música, todo lo que le rodeaba, incluso los que le escuchábamos, estábamos metidos en una especie de burbuja.
¡Otro más! me dije, pero justo cuando pasaba a su lado, salió tranquilamente de la tumba, agarró una guitarra, muy colorida y se puso a tocar.
No era como los demás, tampoco la música que tocaba era la habitual en estos casos, eran unas preciosas melodías italianas del XVIII. No sé si por el calor o por el efecto de la música, todo lo que le rodeaba, incluso los que le escuchábamos, estábamos metidos en una especie de burbuja.