Desde los orígenes de Madrid en la Edad Media, hasta el siglo XIX, cuando alguien moría se le daba sepultura en pequeños cementerios adosados a las iglesias o dentro de la propia iglesia, dependiendo de la clase social del difunto. Esta costumbre provocó numerosos problemas, tanto de espacio como de salubridad que ya el propio Carlos III quiso erradicar, trasladando los cementerios a las afueras de la ciudad.

El traslado de los cementerios fuera de la ciudad Madrid, no se pondría en práctica hasta el siglo XIX cuando, José Bonaparte, durante su breve pero intenso reinado, dictó unas leyes que prohibían los enterramientos en las iglesias madrileñas.

Uno de los primeros cementerios que se construyeron gracias a esta ley fue el Cementerio de la Sacramental de San Isidro, San Pedro y San Andrés, conocido popularmente por el Cementerio de San Isidro.

Fue construido en 1811 en el cerro de las Ánimas, entre la ermita de San Isidro y la Vía Carpetana.
Este cementerio es el más bonito de Madrid, fue el lugar de descanso eterno de personajes ilustres y en el podemos encontrar los sepulcros de personajes como Mesonero Romanos, Canalejas o Antonio Maura. Fue uno de los preferidos por la aristocracia y gracias a ello, podemos admirar verdaderas obras de arte funerario.

El Cementerio de San Isidro es uno de los poquísimos cementerios de España que merece la pena visitar. Su ubicación, desde donde podemos disfrutar de una magnífica panorámica de Madrid, el silencio, sólo roto por las numerosas cotorras que han invadido la zona y las hermosísimas lápidas y panteones hacen de este camposanto un lugar único en Madrid.