El verano pasado se abrieron las puertas de uno de los tesoros ocultos de Madrid, la Capilla del Obispo, un templo que durante cuarenta años ha estado cerrado al público y hoy luce con todo esplendor, después de una minuciosa restauración.
Como decía, hace cuarenta años que este templo estaba cerrado al público por amenaza de ruina, por este motivo, este lugar es el gran desconocido por los madrileños. Ayer tuve la oportunidad de visitarlo, por primera vez en mi vida y ha sido todo un hallazgo.

La Capilla del Obispo, su verdadero nombre es Capilla de Nuestra Señora y San Juan de Letrán, se encuentra en la plaza de la Paja, fue mandada construir por el consejero de los Reyes Católicos, Francisco de Vargas, en 1535. En su origen, este templo fue destinado para albergar el cuerpo de San Isidro, finalmente, después de muchas disputas entre la capilla y la aneja parroquia de San Andrés, el cuerpo de San Isidro acabó en ésta última que, tampoco sería la última "morada" del santo, al final acabó en la Colegiata de San Isidro y allí sigue, por ahora.

Cuando se accede a la Capilla, después de pasar por un pequeño claustro, podemos ver una magnífica puerta renacentista labrada que llama la atención. Una vez dentro del templo ¡boom! sorpresa visual, el primer lugar donde se van los ojos es al gigantesco y magnífico retablo plateresco. Recuerda mucho a los trabajos de Berruguete pero se trata de obra de su discípulo Francisco Giralte. Está labrado en madera de ciprés y en él se representan diferentes escenas de la vida de Jesús. Como curiosidad, este retablo es el único que conservamos del renacimiento madrileño y no sólo eso, es uno de los mejores de España.

Otro de los elementos llamativos son los cenotafios de Gutierre de Vargas y los de sus padres que en encuentran enterrados en este templo. Están realizados en alabastro y, como el retablo, son obra de Francisco Giralte.

Con las obras de restauración, se descubrieron los cimientos de la primitiva iglesia de San Andrés, de época medieval y que son visibles gracias a una cristalera que han instalado.

El templo en su conjunto es una joya, no sólo por el retablo y los cenotafios, además, se trata de un escasísimo ejemplo de transición entre el gótico tardío y estilo renacentista que tenemos en Madrid. Otra curiosidad es que este templo no fue pasto de las llamas por la ira anticlerical que redujo a cenizas la mayoría de las iglesias madrileñas durante la Guerra Civil, por pasar desapercibida su cúpula.

Por ahora los horarios de visita son reducidos y las visitas son breves pero merece la pena dejarse caer por allí.