Un 7 de julio del año 1631 se produjo el primero de los tres grandes incendios que ha sufrido la Plaza Mayor y que causó conmoción en la sociedad madrileña de aquella época.
El fuego se originó la noche del 6 al 7 de julio por unas chispas que saltaron de un horno muy cerca de la Casa de la Carnicería. Los materiales de construcción de la época hicieron que el fuego se extendiese rápidamente sin control.
La plaza Mayor siempre fue un lugar en el que ocurrían los grandes espectáculos de la Corte pero, esta vez fue protagonista de este terrible suceso que los madrileños nunca quisieron sufrir.
Nada más declararse el incendio, el propio rey Felipe IV hizo acto de presencia para contemplarlo y valorar la situación. Hizo lo posible para que, con los medios de la época, se apagase el fuego pero, las llamas avanzaban con rapidez. A las altas temperaturas, se sumaba la gran altura de los edificios, que hacía imposible acceder a ellos y, a todo este cúmulo de problemas, se añadía una mortal lluvia de plomo fundido. En el pasado, los tejados estaban cubiertos por placas de plomo, no hace falta mucha imaginación para hacerse una idea de lo que ocurrió.
La desesperación y el miedo de los madrileños y del propio del rey a que se extendiese el fuego por todo Madrid, hizo que se encomendasen a lo divino, para ello el rey ordenó traer el cuerpo incorrupto de San Isidro a la plaza, así como a las vírgenes más milagrosas de Madrid, como la Virgen de la Almudena y la Virgen de Atocha. Para potenciar la gracia divina, en el centro de la Plaza Mayor se instaló un pequeño altar y cientos de vecinos de la zona, temerosos de ver sus casas pasto de las llamas, hicieron lo mismo e instalaron pequeños altares en portales y balcones.
Después de tres días de infierno, el fuego finalmente se extinguió, trece personas perdieron la vida y los daños materiales fueron importantes, más de 50 casas destruidas, concretamente las que estaban situadas en el Arco de Toledo, calle botoneras y algunas de la calle Imperial. La Casa de la Carnicería también quedó arruinada pasto de las llamas.
Unos años más tarde, en 1633, se terminaron los trabajos de reconstrucción, en esta ocasión se tomaron algunas medidas de seguridad, como la sustitución de las cubiertas de plomo de los tejados por tejas, en previsión de futuros incendios que, por desgracia, se volvieron a producir.
El fuego se originó la noche del 6 al 7 de julio por unas chispas que saltaron de un horno muy cerca de la Casa de la Carnicería. Los materiales de construcción de la época hicieron que el fuego se extendiese rápidamente sin control.
La plaza Mayor siempre fue un lugar en el que ocurrían los grandes espectáculos de la Corte pero, esta vez fue protagonista de este terrible suceso que los madrileños nunca quisieron sufrir.
Nada más declararse el incendio, el propio rey Felipe IV hizo acto de presencia para contemplarlo y valorar la situación. Hizo lo posible para que, con los medios de la época, se apagase el fuego pero, las llamas avanzaban con rapidez. A las altas temperaturas, se sumaba la gran altura de los edificios, que hacía imposible acceder a ellos y, a todo este cúmulo de problemas, se añadía una mortal lluvia de plomo fundido. En el pasado, los tejados estaban cubiertos por placas de plomo, no hace falta mucha imaginación para hacerse una idea de lo que ocurrió.
La desesperación y el miedo de los madrileños y del propio del rey a que se extendiese el fuego por todo Madrid, hizo que se encomendasen a lo divino, para ello el rey ordenó traer el cuerpo incorrupto de San Isidro a la plaza, así como a las vírgenes más milagrosas de Madrid, como la Virgen de la Almudena y la Virgen de Atocha. Para potenciar la gracia divina, en el centro de la Plaza Mayor se instaló un pequeño altar y cientos de vecinos de la zona, temerosos de ver sus casas pasto de las llamas, hicieron lo mismo e instalaron pequeños altares en portales y balcones.
Después de tres días de infierno, el fuego finalmente se extinguió, trece personas perdieron la vida y los daños materiales fueron importantes, más de 50 casas destruidas, concretamente las que estaban situadas en el Arco de Toledo, calle botoneras y algunas de la calle Imperial. La Casa de la Carnicería también quedó arruinada pasto de las llamas.
Unos años más tarde, en 1633, se terminaron los trabajos de reconstrucción, en esta ocasión se tomaron algunas medidas de seguridad, como la sustitución de las cubiertas de plomo de los tejados por tejas, en previsión de futuros incendios que, por desgracia, se volvieron a producir.